jueves, 28 de julio de 2011

Introducción

TEMPS ENRERA  no es solamente el amor y la lucha de dos personas; es

también el reflejo  de una época, en la cual,  centenares de hombres y muje-

res de Cataluña lucharon sin  regatear esfuerzos  en un momento difícil ( la

postguerra) y crearon empresas que contribuyeron , a enriquecer  a

Cataluña: Económicamente, industrialmente  y demográficamente,  y que

hoy,  puede decir con orgullo nuestro Presidente Pujol:


                               ¡¡ CATALUÑA SOMOS 6.000.000  !!


                                                  
                                                      Quiero  dejar constancia de mi máximo  

                                                        agradecimiento  al hombre que incansa-
                                                      
                                                         blemente ha  trabajado y luchado

                                                         durante 18 años para defender  una cau-
                                                        
                                                         sa tan problemática  y  difícil como  la

                                                         nuestra:

                                                       al Abogado : Sr.  Josep Palma Rivero



TEMPS ENRERA  lo he escrito  a la memoria de mi esposo

JOAQUIN ALFARO y dedicado a mis  hijos: JOSEP,  JORDI  y  ANA.

Así como a mis nietos: SANDRA,  LAIA,  XAVI,  MARC,  ULISES,

SILVIA  y YACARI, para que recuerden a su abuelo JOAQUIN, que fue

Un  hombre emprendedor; y que al mismo tiempo sepan una pequeña parte

De   la historia de Cataluña que nunca figurará en ningún libro,  pero que

existió,  y  donde sus abuelos  se  dejaron parte de su vida.



Por último, para que tengan presente si el destino les reserva un lugar

destacado  en la sociedad, no olviden nunca,  que la prepotencia es el peor

enemigo  del hombre, ya,  que es la causa de muchas injusticias.





Traducido al castellano por la  autora con la colaboración de mi amiga cartagenera Amparo Legaz.
No hace falta decir que no somos  traductoras profesionales, pero si podemos decir que hemos puesto nuestra mejor voluntad y cariño para que toda persona de esta lengua pueda entenderlo
Maria Riera Ventura

Parte 1




   







No sé si hacia más frío que el que el invierno anterior o si llovía o hacia sol, pero era el día de los Santos Inocentes del año 1.923 cuando mi madre me dio a luz.

 Nací en Ripollet, un pueblo del Valles Occidental situado entre Barcelona y Sabadell, y que  a pesar de que su  población no llegaba  a los tres mil habitantes   se consideraba grande.  Demográficamente todos los pueblos eran pequeños, pero no su término municipal, el cual  era extenso. Anteriormente, había sido completamente agrícola antes de crearse las cuatro industrias dedicadas a la fabricación del cartón y  a la empresa Uralita,( derivados del cemento) ubicada en el pueblo vecino de Cerdañola. Una de las más importantes de Cataluña. Tres cuartas partes  de las tierras estaban dedicadas al cultivo de la viña y el resto situadas principalmente a orillas del río  Ripoll  divididas en pequeños  huertos pertenecían a las familias que las dedicaban al cultivo  de  hortalizas (alubias, patatas, tomates etc.) y también  para  comida de los animales (alfalfa…) de forma que así, se abastecían para todo el año. Además en todas las casas criaban  conejos, gallinas y el tradicional pollo para celebrar la Fiesta Mayor del pueblo, y  Navidad. En algunas casas también criaban un cerdo, con lo que se aseguraban la carne para todo el año, conservándolo cocido con su propia grasa dentro de unas tinajas de barro. La carne y leche de vaca eran  poco conocidas en los pueblos. La leche se consumía de cabra. Un pastor por la mañana, antes de llevar el ganado a pastar, pasaba por la calle vendiéndola, la cual ordeñaba junto a ti.

Casi todas las familias tenían su casa propia, supongo que ese fue el motivo del eslogan de la típica familia catalana “la casita y el huerto”. La nuestra, estaba situada en la calle mayor, que hacía a la vez, de carretera secundaria y enlazaba con la general en dirección a Barcelona. Era una casa sencilla, de planta baja y piso. Como la mayoría en aquellos tiempos. La planta baja,  estaba divida en dos partes, en la que daba a la calle, había un lagar, con toneles de vino, sacos de harina para los animales, una pila de coles para los conejos y un pozo. Gracias a él, había agua dentro de casa y podías lavarte más o menos bien, ya que en la mayoría de casas no existía la ducha. La que daba a la parte de atrás, era dónde pasábamos más tiempo. En ella se encontraba la cocina, que hacía a la vez de comedor, en donde había una gran chimenea hogar que nos aportaba un calor especial en las tardes de invierno. El patio era muy grande  en extensión, como cinco veces la casa. Primero había unos cinco metros al mismo nivel, el resto se extendía, después de unos peldaños de piedra, que el tiempo había suavizado. Una fuerte pendiente daba salida a los campos, a continuación una explanada y  el río, que nos dividía con nuestros vecinos de Cerdañola. También   había dos corrales para los animales. En uno de ellos estaba el excusado con un gran agujero negro que daba miedo; mi madre y yo no lo utilizamos nunca, preferíamos el otro, un estercolero modular en donde dormían las gallinas.  Para este fin había unos palos horizontales que se limpiaban y desinfectaban cada semana; a nosotras nos servía de papel higiénico el de envolver la compra o el del periódico, que te dejaba la marca de la tinta en el culo. Toda la porquería iba a parar a un agujero que comunicaba con el depósito del excusado y que se guardaba hasta el día que se tenía que abonar el huerto.  Desprendía un mal olor que no se podía resistir.  En   otro corral había jaulas de conejos; debajo   de ellas estaba el estercolero donde caían   los excrementos de los animales y donde arrojábamos nuestros desperdicios, que también servían para abonar el campo. En el patio había un granado muy grande y una higuera enorme. Estos le daban un  precioso aspecto decorativo.

Mi padre trabajaba en una de las fábricas de cartón, aparte,  tenía la huerta y una viña que cuidaba como un jardín.  Recuerdo, que durante el tiempo de la vendimia, era una fiesta para los pequeños de la calle; nos dejaban pisotear la uva en el lagar. Era muy divertido, nos ensuciábamos de cabeza a los pies y nuestros padres no se enfadaban. Cuando fui más mayorcita y tuve que ir a cortar uva ya no fue tan divertido…

Más o menos era el año  mil novecientos treinta y tres, cuando se tuvieron que vender muchas viñas para construir unos polvorines. Diez mil pesetas cobramos por ellas, las cuales se ingresaron en la Caja de Sabadell y   no salieron a la luz durante muchos años.

Mi madre llevaba el control de la casa, criaba conejos y gallinas para nuestro gasto, pero siempre procuraba vender algo para ayudar a la economía familiar, que se componía de abuelos, padres y dos hijos. Tengo un hermano cuatro años mayor que yo. A la abuela materna no la conocí, murió cuando mi madre era muy pequeña. Al abuelo sí. Fue en los últimos días de su vida. Vivía en Lérida, yo tenía diez años y me quedó un recuerdo impresionante y que jamás he olvidado:   Fue, que al ver a mi madre, la cogió de las manos llorando y le pidió que lo perdonara por el mal comportamiento que había tenido con ella. El abuelo enviudó dos veces y se casó tres. Era hijo de Sabadell, se casó por primera vez con una joven de familia acomodada, tenían algunas casas en propiedad, ellos también vivían muy bien. Tuvieron tres hijos del matrimonio y al poco tiempo la abuela murió. Se caso de nuevo y de nuevo enviudó. Se volvió a casar y se fueron a vivir a Lérida dejando a los hijos  al cuidado de una tía materna. Durante aquel tiempo, se gastó todo lo que pertenecía a sus hijos y aquel día, consciente del mal que les había hecho, le pedía perdón.

El ambiente  en  casa era estupendo, todos se respetaban, jamás oí gritos ni malas palabras, mi padre era un trozo de pan bendito, mi madre era más pícara. Así que mi infancia transcurrió sin pena ni gloria, pero feliz.
Tenía pocos juguetes, pero tampoco los echaba en falta, una cuerda y una muñeca de cartón eran bastante para entretenerme. También se jugaba mucho en la calle. Estas eran tranquilas. De vez en cuando pasaba algún carro o bicicleta. Algunas veces, los domingos por la tarde, mi madre me llevaba a ver  pasar el tren a la estación de Cerdañola. Supongo, que debía hacer pocos años que existía, porque nos encontrábamos a mucha gente que hacia como nosotros, era todo un espectáculo. También lo era cuando pasaban los aeroplanos que despegaban del campo de aviación de Sabadell. La gente no entraba en casa hasta que desaparecían de su vista.

Una de las cosas  que se me quedó  gravada en mi cerebro  cuando tenía diez años, es la antipatía que  le  tuve siempre  a una maestra que tenía una escuela privada  al lado de casa, decían que era muy buena maestra, el caso es,  que solamente tenias chicas de casas acomodadas. Yo quería ir. Mi madre lo intentó,  pero jamás me aceptó.  Hoy, la llamaría clasista. Recuerdo muy bien un día en que me sentía muy feliz porque estrenaba un vestido verde que me había hecho mi madre. Me dirigí a casa de mi amiga: allí estaba una chica más joven que yo. Al verme,  me dijo:”que vestido más bonito llevas. “La señora maestra que estaba allí, me miró con aire despectivo” y dirigiéndose a la madre de la niña le dijo: “pobrecilla,  se lo dice para contentarla. Hubiera llorado de rabia.

No había cumplido los doce años cuando se me presentó  la oportunidad de ir a trabajar a una sastrería. No habían muchas alternativas para escoger, o ibas al campo o a la fábrica, no era fácil aprender un oficio en el pueblo. Mi madre que no quería ni una cosa ni la otra, no le fue difícil hacerme entender que aquel trabajo era lo mejor para mí. Así que deje la escuela en el momento que más necesitaba para mi formación y me convertí de niña a una persona adulta, cosa que en aquellos tiempos era bastante normal.  Más tarde me alegré de haber tomado aquella decisión y me sentí afortunada, ya que la mayoría de mis amigas terminaron trabajando en la fábrica de derivados de cemento y lo pasaron muy mal. Aquella decisión,  supuso para mis padres un gran sacrificio ya que para poderme dar un oficio en aquel tiempo estaba muy difícil por lo mal retribuido. Se necesitaban cuatro años para llegar a ser ofíciala y durante el primer año no se ganaba nada y en los otros bien poco. Según mis compañeras yo tuve suerte ya que durante el primer año me daban una peseta para ir al cine.

En cuanto a la guerra, nada agradable puedo explicar. Muy malos recuerdos tengo de aquellos tiempos. Días de desconcierto, gente armada hasta los dientes en coches descubiertos, carretera arriba y abajo gritando. Por aquel entonces entre los vecinos no se hablaba de guerra sino de revolución que duraría pocos días. Desgraciadamente en poco tiempo nos dimos cuenta de que la situación sería larga   y violenta,  ya que los asesinatos aumentaban día a día. Yo,  no podía entender el  porqué de tantas muertes. Me afectó muchísimo   cuando mataron a dos hermanos que vivían cerca de casa, por el solo hecho de tener una Empresa constructora e ir a misa todos los domingos.

A partir de este hecho los propietarios de las fábricas que producían cartón se escondieron por temor hasta el final de la guerra.
El cura y el párroco del pueblo también se escondieron,  un” chivatazo” los delató  que se encontraban en una casa de mi calle; echaron un pregón diciendo: Que en 24 horas se tenían que presentar en el Ayuntamiento, de lo contrario registrarían todas las casas y matarían a toda la familia donde se encontrasen.

Seguidamente se presentaron y al día siguiente los encontraron muertos y medio descuartizados en una carretera junto al pueblo. Estos hechos, se repetían todos los días y en todos los pueblos. Unos de los lugares que se hizo famoso y que quedará en la historia mientras haya un superviviente de aquel tiempo será el cementerio del pueblo de Moncada por los centenares de asesinatos que se cometieron delante de su puerta.

Un hecho sobrecogedor era ver a hombres y mujeres fusil en mano entrar en las casas, no solamente de familias ricas, sino también de nivel medio para robar todo lo que querían. En alguna casa humilde también se atrevían a romper   los cuadros de Santos. En casa, entraron y rompieron un cuadro de San José, otro de la Virgen del Carmen y la fotografía de la comunión de mi hermano, por el solo hecho de llevar una cruz colgada al cuello.  Siendo mi madre muy devota de San José, tan pronto se marcharon, recogió los trozos que pudo y los pegó, El cuadro quedó reducido a una cuarta parte pero San José volvió a estar colgado en su dormitorio para siempre.

Si hubiesen seguido su doctrina, que era buena, me hubiera parecido incluso humanitaria su obra. Pero una cosa es predicar y otra dar trigo.   El pobre que no tenía sábanas, continúo durmiendo sin ellas. En fin, en un dos por tres habían quemado todo lo que oliera a  iglesia.

 Ni  en  Ripollet  ni   en los pueblos  de alrededor   cayó ninguna bomba, pero  esto, no evitaba que no  se nos quitara el miedo  del cuerpo, cada día estábamos más asustados y todavía más, cuando era luna llena, ya que eran más frecuentes  los   bombardeos   sobre Barcelona. Los aviones nos sobrevolaban. Mis padres me hacían estirarme en el suelo del patio con un trocito de madera entre los dientes, para evitar un posible daño.

 En uno de estos bombardeos, mi   tía y dos primas murieron, quedando mi tío (hermano de mi madre) y dos hijos más gravemente heridos Estuvieron hospitalizados bastante tiempo, mi prima tenía seis años, cuando se recuperó,  vino a vivir con nosotros como un hija más. Mi madre quiso que también tuviera un oficio;   fue sastresa, Se casó muy joven con el hijo del amo.

Mi hermano era un chico afectuoso y muy sensible a las emociones. Tenía diecisiete años cuando junto con todos los de su edad, sin prácticamente saber cómo  funcionaba un fusil, los llevaron a la batalla del Ebro; en donde fueron carne de cañón. El que no murió, fue hecho prisionero. Mi hermano tuvo la suerte de ser uno de éstos últimos. Pero cuando volvió a casa, ya, había cumplido veinticinco años. De aquel chico que salió  con   diecisiete años, no quedó nada.  Esto fue, el triste resultado de muchas familias al acabar la guerra

No hace mucho, un artículo que leí en La Vanguardia me recordó aquella época.  En él, se elogiaba a las chicas, que como héroes habían ido a defender a  La Patria por sus ideales. Me hizo sonreír y pensar que él que lo había escrito, no había vivido en aquellos tiempos. Yo, tenía doce años, y hay cosas que no se olvidan. Recuerdo muy bien, a las chicas que se marcharon de mi pueblo y el pueblo vecino.  La mayoría de ellas, por no decir todas, no tenían ni la más  pequeña  noción  de lo que era un ideal. Hoy, si se repitiera un hecho como aquel, seguramente no irían tantas chicas a luchar, porque para obtener lo que buscaban aquellas, no hacía falta ninguna guerra.

Durruti, no tardó ni seis meses, cuando en Zaragoza unos trenes que se utilizaban para transportar ganado, los selló una vez cargados con todas las prostitutas que “pululaban “en el frente y en la retaguardia de Aragón, al comprobar  los servicios sanitarios  que se extendían como una mancha de aceite las enfermedades venéreas entre sus soldados. Posteriormente al año mil novecientos treinta y siete, sacaron del frente a todas las milicianas que todavía quedaban.  Ante esta experiencia, no puedo menos que pensar: “No se puede negar que el pasado hace Historia.”Pero alguien nos puede asegurar, sí ¿La Historia nos marca la verdad del pasado?
Terminada la guerra hubo fuertes represalias. Mucha   gente pagó sin ninguna culpa.

Los primeros años de la posguerra fueron muy duros; falta de alimento, estraperlistas sin escrúpulos que en cuatro días presumían de millonarios, otros que se morían de miseria y cantidad de jóvenes morían de tuberculosis. Recuerdo que mi madre temerosa de esta enfermedad, me hacía comer  más de lo que yo quería.
                                                                                                                                                                                                                                                                Tengo una anécdota de mis de mis diecisiete años que no quiero dejar de explicar, ya que muchas veces la he recordado.

Había en el pueblo de Cerdañola una mujer que decían que preveía el futuro mediante las cartas. Un día, junto con mis amigas Conchita y Teresa   nos atrevimos a ir a verla. Resumiendo diré que a Conchita le pronosticó un futuro sin cambios   en la vida que llevaba entonces. A Teresa no le hizo ningún comentario sobre su futuro, hablaba de una manera confusa que tanto a Conchita como a mí, nos causó, una sensación extraña, lo comentamos al estar solas, pero sin darle más importancia. En cuanto a mí, me preveía un futuro con mucho dinero. Nos marchamos haciendo broma, incrédulas de los pronósticos.

No habían pasado seis meses cuando Teresa se puso enferma y al poco tiempo murió. Las dos en aquel momento si que recordamos a la mujer de las cartas

Conchita se casó, y su vida siguió el mismo ritmo. En cuanto a mi…ya se verá en el transcurso de esta historia.
A pesar de que no creo en los pronósticos del futuro. Ha habido momentos en mi vida que he pensado en aquella mujer y me he preguntado ¿ha sido casualidad que en la vida de tres personas hayan coincidido los pronósticos de una cartas? Jamás lo sabré.

A los dieciocho años, el pueblo se me hizo pequeño. Ya era ofíciala y acompañada de mi madre fui a Sabadell a buscar trabajo. En la primera sastrería que entramos me aceptaron. Estaba en la Rambla y era una de las más importantes en aquellos momentos. Estuve trabajando durante dos años. Los amos eran un matrimonio de unos sesenta años sin hijos. Yo me llevaba la comida  y comía en la mesa con ellos, los  apreciaba igual  que ellos   a mí,  pero seguía cobrando  cien pesetas a la semana  como el primer día, con lo cual, me interesó irme a otra sastrería que ganaba  ciento veinticinco y  me pagaban el abono del tren que valía  veinticinco pesetas.

Me gustaba trabajar en Sabadell. El nivel de vida era más elevado, y el ambiente era muy diferente del que se respiraba en mi pueblo. Se notaba tanto, en el hablar como en el vestir.
En aquellos tiempos, era una de las ciudades más importantes de Cataluña. En cuanto a la industria textil. Se exportaba género fuera de nuestro país. En el año mil novecientos cuarenta y uno, estaba en plena expansión industrial. Las fábricas repartían trabajo   fuera de ellas, así que, había casas con tres y cuatro telares. De este modo nacieron fábricas por doquier. Muchas de ellas llegaron   a ser muy importantes.  Recuerdo que al bajar del tren se sentían los latidos de los telares… eran los latidos del corazón de una ciudad llena de vida.

 AI igual que toda la juventud de mi edad; tenía amigos y pretendientes y a pesar de que la posición económica de algunos de ellos era mejor que la mía, jamás me sentí atraída por ellos.  Eran unos “pasotas” sin espíritu ni ambiciones y sus conversaciones para mí no tenían ningún sentido.
En Ripollet habían dos cines y si querías bailar tenias que ir a Cerdañola, arriba de la Cooperativa, había una sala muy grande destinada para ello, donde nos reuníamos toda la juventud de los pueblos de alrededor. Con las amigas muchos domingos íbamos, a pesar de que teníamos que andar tres cuartos de hora para llegar.
Tenía unos veinte años cuando conocí a un chico. El y todo un grupo de amigos, venían de Santa Perpetua de la Moguda   en bicicleta. Al principio me escondía todo lo que podía cuando lo veía venir a sacarme a bailar. Se veía buen chico, pero de todos sus compañeros era el más pobre y el menos elegante (la ropa, se la hacía una mujer que se dedicaba a hacer pantalones y la verdad, daba pena), además, no sabía bailar, claro, que yo tampoco estaba muy sobrada, así que no bailábamos nada de lo que tocaban... Cuando le decía que no quería bailar porque estaba cansada se quedaba a mi lado, siempre tenía cosas que contarme sin decir tonterías. Era un chico inquieto, y conforme mas lo iba conociendo me daba cuenta que era diferente   a todos los demás   que hasta ese momento   había conocido.  Me enamoré plenamente .Éramos afines en nuestra manera de pensar, teníamos las mismas ambiciones, la misma ilusión para salir de la pobreza con el fin de tener un futuro mejor. Su espíritu era como un volcán en constante erupción.

Antes de ir al servicio militar, ya hacía trabajos por su cuenta, de lampista y electricista.  Ambas cosas en aquella época iban juntas, tan pronto estaba treinta metros bajo tierra arreglando bombas de agua como treinta sobre de ella arreglando molinos de viento.

Nos prometimos haciendo el servicio militar en Barcelona y a los tres meses lo trasladaron a la frontera cuándo el asunto de los “maquis.” Un buen día se le ocurrió llamarme por teléfono. A una determinada hora debía de estar en la central telefónica de Cerdañola. Tenía veintiún años, era la primera vez que tenía un teléfono en mis manos y estaba nerviosa. Cuando llego el momento de hablar, no había manera de oír nada. Mientras yo iba diciendo ¡no te oigo! ¡No te oigo!  Note unos golpecitos en mi espalda y una voz que me decía:

        “    Muchacha,   si no cambias el teléfono de posición no vas a oír nada “
Hoy esta anécdota me hace reír, pero en aquellos momentos hubiera querido que me tragase la tierra, debido a la vergüenza que pasé a causa de mi ignorancia. Una lección más de las que tuve que aprender en la escuela de la vida.

Dos años más tarde lo licenciaron. Nuevamente se puso a trabajar por su cuenta de lampista-electricista. Como tenía mucho trabajo en el pueblo de Montornés instalando bombas y arreglando molinos de viento, un amigo de la mili que se llamaba Jordan venía a ayudarlo algunos días. Al principio aquel pueblo era el que preveíamos con más posibilidades de trabajo y decidimos ir a vivir allí una vez casados. Con este fin, alquilamos una casa. La entrada era muy grande. Por lo que la acondicionamos para que sirviera de tienda; aunque en un principio la utilizamos como almacén para el material eléctrico.
El pueblo de Montornés, estaba    mal comunicado, y más sino disponías de vehículo, nosotros solo teníamos una bicicleta y yo no sabía llevarla. Joaquín me enseñó, y me compro una.  Los domingos por la tarde íbamos a la casa y empezamos a arreglarla   para el día que fuéramos a vivir.
Mientras estábamos en este intervalo, un encargado de la casa Humet que fabricaba bombas para sacar agua de los pozos, hacía tiempo se había establecido por su cuenta y se puso a fabricar bombas.
El negocio no le dió el resultado que esperaba, y propuso a Joaquín que se lo comprase, el seguiría haciendo las bombas y Joaquín las instalaría. Esto, le entusiasmó. Pero no tenía ni una peseta para pagar las sesenta mil que le pidió. Recurrió a un cuñado de un primo suyo que tenía un negocio de legumbres cocidas y que había hecho mucho dinero con el estraperlo. Le expresó lo que quería y lo convenció para hacer una Sociedad aportando cien mil pesetas.
Todos los planteamientos que habíamos hecho, tuvimos que cambiarlos. Jordan tenía que casarse y se fue a vivir a la casa que habíamos preparado para nosotros.

En aquellos momentos decidí que tenía que ayudarle, y que no había otra manera de hacerlo que no fuera poniéndome a estudiar. Mis conocimientos en números eran mínimos, así que a mis veintiún años, (después de una jornada de trabajo) me incorporé a  una escuela con niños de ocho años,  que al terminar la suya hacían recuperación. Después de pasar un curso con ellos, el profesor me dijo que estaba preparada para ir a una Academia y estudiar contabilidad .Aprovechando que trabajaba en Sabadell y  disponía de hora y media para comer,  les pedí salir un ahora antes y recuperar después .Me quedaban diez minutos para comer, era feliz, hasta ahí toda iba bien. El problema se presento con mi familia, concretamente con mi hermano, que a pesar de que tenía muy buenos sentimientos, cuando volvió de la guerra tenia los nervios destrozados y no se podía discutir, se ponía como un loco y valía más callar.  Al explicarle lo que había decidido, se puso a gritar: “las mujeres son para lavar los platos, el día que me encuentre tus libros te los quemare “No creo que lo hubiera hecho, pero por precaución los escondía debajo del colchón.

Tuve que decirle muchas mentiras a mi madre debido a que llegaba muchas veces tarde a casa. Siempre estaba recuperando fiestas, cuando en realidad me quedaba en el taller haciendo el trabajo que al día siguiente tenía que presentar en la academia.

El taller funcionaba tal como se había previsto. Al principio parecía que iba bien. Pero las ventas eran muy escasas. Se tenía que competir con la firma Humet que era muy conocida en todo el país. Cada día las cosas iban peor, los problemas aumentaban y el taller se hundía. Dentro de toda esta vorágine, yo seguía estudiando, y dudando al mismo tiempo, por si alguna vez, todos mis esfuerzos servirían para algo.
Mucha veces, mientras estudiaba, silenciosamente mis lágrimas caían sobre el libro, de pronto reaccionaba y me enfadaba conmigo misma por ser tan cobarde y pedía fuerzas a Dios para llegar al final de mis estudios.
La situación cada día era más difícil; la mar se puso embravecida, el barco se hundía. Joaquín audaz,  dio media vuelta al timón y lo llevó a aguas más tranquilas.

Dejamos de fabricar bombas y  nos dedicamos a fabricar accesorios de motocicletas. La fábrica Bicicletas Rabasa se dedicó a hacer horquillas hidráulicas para las motos que habían quedado al finalizar la guerra. Las daban a hacer a talleres auxiliares. Nosotros trabajos mucho tiempo haciendo este accesorio y nos recuperamos un poco.

Pasaron dos años cuando el profesor me dijo  que ya estaba  preparada para empezar lo que me había propuesto, Tenia veintiséis años.
Venciendo todos los obstáculos que me ponía  mi familia, por las mañanas trabajaba en la sastrería y al mediodía, en el coche de línea me iba a casa  de mi prometido. Comía con ellos y por la tarde trabajaba con él
Para volver a casa estaba muy complicado, ni por su pueblo ni por el mío pasaba  el tren. De una estación a otra, tenía que andar media hora, total,  que  necesitaba más de una hora  para  hacer el trayecto.
Salvando todos estos inconvenientes cada día estaba en mi oficina, que se componía de un escritorio viejo  de un amigo nuestro que quería tirar a la basura y  de una caja por silla. El suelo, estaba sin  ni si quiera el  cemento. Había sido un corral de conejos durante muchos años, a pesar del tiempo  transcurrido, todavía se olía a los orines de aquellos animales. Joaquín cuando fue a trabajar lo hizo cimentar  y se resolvió  el problema.

Al principio parecía que las cosas  iban cogiendo otro aíre, pero no, las dificultades y los contratiempos continuaban, cada día  se necesitaba más dinero  para máquinas  e utillajes, el pequeño beneficio que se obtenía era insuficiente.

Nuestra familias no nos entendían, además no confiaban  en nosotros, moralmente no nos ayudaban, más bien al  contrario. Las críticas de la gente del pueblo eran duras y crueles. Nuestros fracasos eran el comentario del día como hoy son los seriales de la tele, algunos se atrevieron a decir” estos ignorantes están locos y morirán de patas a la pared  como ratas envenenadas”: Joaquín pasaba de todo,  a mi  me preocupaba,  pero él me animaba diciendo: “María debes estar contenta  de que hablen de nosotros, sea bueno o malo; lo que hacemos es algo que ellos son incapaces de hacer.” Era una lucha dura, solo nuestro amor y nuestra fe nos ayudaba  a soportar los contratiempos.

Pasaron dos años, cuando un día se me escapó el tren y Joaquín me llevó a casa en bicicleta, yo iba  sentada sobre el cuadro. Mi hermano nos esperaba con cara de pocos amigos. De mala manera  nos preguntó cuando pensábamos casarnos porque él quería hacerlo. Los dos le dijimos que  no lo sabíamos porque las cosas no iban muy bien. Se puso como un loco  diciéndole   a Joaquín que si no lo sabía podía salir de casa y no volver nunca más. Yo le dije: si lo haces  marchar,  me marcho yo también y con un grito dijo” márchate y no vuelvas más”
Como dos pollitos remojados sentada en el cuadro de la bicicleta  volvimos  a su casa. Sus padres lo aceptaron bien, no obstante yo pensaba:  el próximo día  se arreglará, pero me equivoqué, ni mi hermano ni yo   dimos un paso para arreglarlo.

No era precisamente un camino de rosas lo que  me esperaba. El padre de Joaquín era payes, y la tierra que cultivaba  justo  le daba para mantener a la familia, esposa tres hijos y una hija. La chica era de mi edad,  estuvo muchos años enferma de tuberculosis  hasta que la operaron, fue unas de las pocas que se salvaron en aquellos tiempos. El más joven, trabajaba y estudiaba en la Escuela Industrial y el otro,  trabajaba con nosotros. Muchas semanas, después de pagar  a los trabajadores no  nos quedaba dinero para dar a sus padres. El pensamiento de aquella familia era “donde no hay harina hay mohína” y en parte nosotros éramos los culpables.

En aquella época  salieron al mercado los motores Mosquito, Colibrí, y otras marcas que ahora no recuerdo. Se montaban en las bicicletas, pero había un inconveniente; las horquillas de origen no aguantaban las sacudidas del motor y se rompían. De  la cabeza de Joaquín no paraban  de surgir  ideas.  Se le ocurrió  hacer una horquilla pequeña  hidráulica  para adaptar a la bicicleta  y así empezó mi  primer trabajo más en serio.
Con una máquina de escribir portátil  y un anuario viejo que nos dieron, empecé  a buscar nombres de casas de bicicletas.  Había centenares.  Escribí un montón de cartas que mandé, una por una, a cada dirección. Un diez por ciento  respondieron, pero la mayoría de ellas fueron  devueltas,  muchas,  ya no existían. Mientras yo mandaba la publicidad, Joaquín con una horquilla  bajo el brazo,  visitaba las casas más importantes de bicicletas  y así,  conseguimos  varios  pedidos.


En el mil novecientos  cuarenta y nueve, la casa  de Bicicletas Sanromá, que era un buen cliente nuestro nos dejó un pequeño espacio en su stand  de la Feria Internacional de Muestras de Barcelona para presentar nuestras horquillas telescópicas : tuvieron muy buena aceptación  y fue la alegría más grande del mundo para nosotros . A partir de entonces  nuestra presencia en la Feria de Muestras  duraría  más de treinta años.

En los primeros años, estuvimos en el sector de las motocicletas, situado  en el Palacio de Victoria Eugenia .Oficialmente  la  Feria duraba veinte días, pero durante unos años la prorrogaron a treinta.
Terminábamos el mes agotados. Entre el calor que pasábamos, el polvillo  que se levantaba  al pisar  la tierra,  tanta cantidad de gente que  nos  visitaba,  como si  aquello fuera  un espectáculo, por no hablar, de lo que nos teníamos que esforzar  en las conversaciones para podernos entender  a causa de los ruidos que habían. Al final, todos los años acabábamos con una afonía tremenda que nos duraba días; pero al  mismo tiempo, contentos y satisfechos. Desde el primer año, La Feria  formó parte de nuestra vida.




Tárrega Año 51
          
Tárrega Año 52

      


                                     


En el  año mil novecientos cincuenta y uno, expusimos en la Feria del Automóvil  usado  de Tárraga. Yo fui a pasar un día  acompañada con unos amigos, Joaquín se quedó  hasta el final.

El stand, tal y como lo presentábamos,  parecía un puesto de “ Pipas “. Pero estaba  en concordancia con los demás. Todo era muy pobre.

Parecía que las cosas empezaban a ir bien, aunque la falta de material en aquellos tiempos era bien patente, lo cual, nos dificultaba  la fabricación. Solamente  a unos cuantos privilegiados  les suministraban  material oficialmente del Estado.  Estos,  lo vendían  en el mercado negro;  se llegaba a comprar en los lugares más  insospechados. Una vez  fuimos a una  farmacia.  Nunca se encontraban las medidas que necesitabas y tenias que recurrir a empresas que se dedicaban a transformarlo según tus necesidades.  Cuando lo localizabas tenías que comprar más de lo necesario,  con el fin  de poder atender   los  compromisos contraídos.  Nuestra economía mermaba y jamás podías levantar cabeza. 


Entre subidas y bajadas nos íbamos introduciendo en el sector de la motocicleta. En poco tiempo nacieron como setas los fabricantes de motos. Parecía la fiebre del oro. Entre los fabricantes, los que más  destacaban  eran: Derby, Mymsa, Gutzi, Reina,  Edeta, Rieju, Montesa, Bultaco, una de Zarauz, Lambreta, Clua, ecta. .Trabajamos  con muchas  de ellas. Concretamente  con la Derby, fuimos los primeros en conocer  un  proyecto nuevo. Un amigo nuestro llamado Arcadio Dunjo lo estaba haciendo en su casa  como secreto industrial. Según él, era un plagio de una moto checa con algunas modificaciones y mejoras. Cuando la presentaron en la Feria de Muestras, fue la vedette del Palacio Victoria Eugenia. Su presentación  fue  hecha a  todo lujo. La presentaron dentro  de un estuche de color  vivo por fuera y el interior, forrada en seda blanca. La gente hacía cola para poderla ver. Nuestro stand estaba junto al suyo.



En mil novecientos cincuenta y dos, después de tres años de Feria, expusimos  por primera vez  con stand propio  los diversos accesorios de motocicletas, que fabricábamos junto con las horquillas y unos pequeños remolques adaptables  a las motocicletas. Estos no tuvieron mucha aceptación y los dejamos de fabricar.

Habían pasado unos dos años,  el trabajo iba a buen ritmo, teníamos ocho trabajadores; la jornada empezaba a las seis de la mañana, salvo Joaquín  que muchas veces a las cinco abría el taller y era el último en salir y   nunca antes de las diez de la noche.
El taller se nos quedaba pequeño  y tuvimos que convencer a su padre, cosa nada fácil, para que nos dejara construir  otro  junto a la casa. Esta estaba situada a unos trescientos metros del pueblo, rodeado de campos  junto a la riera de Caldes, construida con terreno de su propiedad, y donde  el cultivaba. Por tanto su elemento de vida. En aquellos tiempos estaba lleno de melocotoneros y  tenía que arrancar unos cuantos para construir el taller. Justo  era lo que más le dolía. Hacía años que la finca  quedó dividida al construirse la carretera  que iba de Sabadell a Badalona. La parte que quedaba lindando  a la riera no se cultivaba.

Al final, la  nave se construyó  a la parte derecha de la casa y al mismo tiempo a la parte izquierda y sin quitar ningún árbol se hizo una ampliación de la casa para cuando nos casáramos.  Esta, quedaba  independiente, aunque  para acceder  teníamos que pasar por la de ellos, de lo contrario, hubiéramos tenido que dar una vuelta muy grande, ya que estaba rodeado de campo sembrado.

Al  poco tiempo la nave estaba en condiciones para ir a trabajar, se hizo un altillo que de momento sirvió para despacho. Para subir a él,  había una escalera de gato, tantas veces subía, que iba más ligera que un gato.



                       

                             Casa una vez acabadas las obras


Con el ansia de desarrollar más cosas, Joaquín propuso  a nuestro amigo Dunjo  venir a trabajar con nosotros, asignándole  una mensualidad y parte de los beneficios. Vivía en Barcelona, por lo que se quedaría a comer en casa al medio día. Informalmente  se podía considerar como socio. El aceptó,  ya que una vez hecho el diseño no tenía ningún trabajo en concreto.
Las obras del taller costaron más de lo previsto y aunque se trabajaba,  íbamos más justos “que un pany de cop” ( Justos de dinero).

No había pasado un año, cuando Joaquín sufrió una fuerte depresión. Dormía poco y  trabajaba mucho; estaba agotado.
El médico del pueblo le aconsejó que abandonara una temporada el taller ya que de lo contrario acabaría mal. El se resistió,  pero entre todos lo convencimos  para que se marchase una temporada a la Casas de Alcanar  de donde su padre era, y que todavía tenía familia  allí. Además era a principios de verano,  el mejor tiempo para estar junto al mar y recuperarse.
Esta incidencia fue dura para mí, ya que de repente me cayó  toda la  responsabilidad. Tenía que decidir cosas imprevistas y encima, temiendo   no acertar.

Aquel hombre hasta la fecha,  considerado como un socio y amigo, se desentendió del todo, aparte, de que  últimamente entre él y Joaquín había  algunas diferencias.

Los problemas fluían por doquier, clientes, proveedores, Bancos…. Ahora, era yo la que no podía dormir,  soñaba con los directores de Bancos, a los que cada día había que perseguir para que me abonasen las letras  y que muchas veces no conseguía, ya que el descuento que teníamos era inferior al papel que se producía y más de una vez tenía que retrasar pagos y dar la cara al proveedor para poder pagar la semanada. El Dunjo, cuando me veía desesperada gozaba diciéndome; “María, eres tonta, tú te desesperas para mantener este taller  en pié, mientras él, se divierte en la playa con sus amiguitas.” Yo, no contestaba, pero pensaba; tal vez, tenga razón, ya que Joaquín me escribía diciendo que había hecho muchas amistades y se lo pasaba muy bien  precisamente con jóvenes. Esto me hacía pensar algunas veces “María  tienes que ser muy comprensiva  y aguantar el timón de este barco que va a la deriva.
Durante  todo este tiempo me sentí muy sola y triste. Una vez más,  pedía a Dios  fuerzas para aguantar,  hasta que volviese Joaquín.
A los tres meses, volvió a casa. Recuperado y lleno de optimismo,  con ganas de trabajar y hacer cosas nuevas.

Parte 2

El tiempo pasaba, y nunca había un duro para casarnos. Un día, vino el padre de Joaquín  y le dio cuatro mil pesetas de un crédito que le dio un Banco y nos dijo: “coged este dinero y casaros ya. A los quince días nos casábamos. Mis padres me acompañaron ese día. Mi hermano no. Yo iba a cumplir treinta años, sin darnos cuenta habían pasado diez!  






                                                       
La boda fue sencilla. Mi vestido de novia era un conjunto de traje chaqueta sastre azul marino que me regalaron mis primos sastres.De viaje de novios fuimos a Zaragoza y Madrid en un tren correo que paraba por todos  los pueblos que pasaba. El viaje duró toda la noche,  cuando llegamos parecía que salíamos de una carbonera debido al humo de la máquina de carbón. Aprovechamos para visitar clientes. El representante de Madrid nos tenía preparados unos cuantos pedidos, así que nos volvimos para casa contentos y satisfechos de aquel viaje.

No habían pasado cuatro meses, cuando las divergencias  de mi esposo y nuestro amigo eran constantes. Las decisiones del uno y del otro eran dispares. Un día, el amigo vino a mi despacho muy enfadado. Quería hacer un pequeño cambio en el taller  y Joaquín se oponía. Entre otras cosas me dijo:” Tu marido es un inepto para llevar una empresa. De no ser  por ti, hace  tiempo que ya no existiría. Por lo tanto vengo a  hacerte una proposición; tú, eres lista y sabrás como manejarlo para hacerle creer que él decide las cosas, pero has de ser tú quien lo haga, así lo tendremos contento.”  Me quedé sorprendida y sin palabras, él se dio cuenta y dijo:” no hace falta que me contestes ahora, piénsalo y dentro  de tres días volveremos hablar.”
Cuando me quedé sola, reaccioné, vi en él  a un hombre falso y sin escrúpulos. De manera, que me estaba elogiando lo lista que era,  cuando solamente me veía como una mujer inocente y débil. Fácil de convencer, con el fin de ser  él, el que decidiera.

Dos días más tarde, cuando volvía del pueblo, me lo encontré en el puente que se iba para su casa y me preguntó:¿  Que había pensado  hacer ¿. Si, le contesté. No me hace    falta más tiempo.  Jamás  haré lo que me propuso. Muy serio me dijo:” me sabe mal por ti, por el estado en que te encuentras (estaba embarazada de tres meses) tú, no te lo mereces, pero te arrepentirás de no haberlo hecho. He conocido a vuestro socio y  he hablado con él,  ya veremos  quien  gana.  Iré a por todas.  Vosotros lo tenéis muy  mal.  Joaquín,  jamás supo de esta conversación. Hoy, es la primera vez que sale a la luz.

Ciertamente  fue a por  todas, involucrando a toda la familia, la cual se puso en contra de Joaquín. Nos hicieron la vida imposible. El asunto estaba claro, si el dinero era del socio y el terreno era del padre ¿ Que pintaba Joaquín allí?, El taller era de todos y así lo hizo creer  a toda su familia. Cada día era más difícil vivir allí, así que, decidimos marchar y empezar de nuevo.
El lugar más fácil para nosotros era Madrid,  allí  teníamos a un buen cliente y amigo que tenía un taller, donde podríamos trabajar y hacer cosas nuevas.
El veintitrés de junio, verbena de San Juan  por la noche lo acompañé a la estación de Francia para dirigirse a Madrid. Antes,  me hizo plenos poderes  notariales. Yo sentía una tristeza que no podía ocultar, Joaquín me animaba diciéndome que no tardaríamos en reunirnos para  no separarnos jamás:” No estés triste, tienes plenos poderes. Eres la reina de nuestro Imperio. Todo esto me lo decía sonriendo” yo, entre lágrimas y sonrisas le pregunté ¿Joaquín una reina destronada, que Imperio puede gobernar? 
Llegó el momento de separarnos… abrazos, besos y lágrimas, él hacia Madrid y yo llorando hacía casa.
De vuelta a casa,  el tren iba lleno de juventud que se dirigían a la verbena cantando y bailando. Al llegar al pueblo las hogueras flameaban, los cohetes  estallaban en el cielo  en señal de fiesta para todos aquellos que se sentían felices y gozaban de ella. Mientras, dentro de mí,  sentía una tristeza que me ahogaba. Aquella noche no dormí, sintiéndome muy sola…como siempre rezaba pidiendo a Dios fuerzas para aguantar  mi destino, el cual veía hundido.
Por segunda vez y con más dureza que la primera, me tocaba aguantar el timón de un barco que se hundía.

Al cabo de un mes,  Joaquín volvía a casa. Durante este mes, había estado pensando que no era él el que tenía que marchar. Había decidido resolver rápido nuestra situación.
Por la mañana me dijo;” María, no te asustes voy hacer comedía, no pasará nada”. Lo seguí hasta el taller, cogió una barra de hierro y se puso detrás de la puerta. Cuando nuestro amigo abrió la puerta para entrar le dijo: “Si  pones un pie en el taller te doy con  esta barra en la cabeza” Se fue sin decir nada y aquí se acabó la historia .


Después  de todo lo ocurrido, nuestro socio  nos propuso que nos quedáramos con el taller y le devolviésemos el dinero cuando pudiéramos. En fracciones muy pequeñas, le devolvimos las cien mil pesetas que nos había prestado.

El  uno de octubre nació nuestro primer hijo que se llamó José. Un parto sin complicaciones y rápido. A pesar de nacer  un poco raquítico, estaba sanísimo.  Era lo que más me preocupaba  después de los contratiempos y padecimientos que tuve durante su embarazo.

La llegada de este hijo, fue la alegría de todos en casa. El padre de Joaquín y mi madre fueron los padrinos.

Un hecho, que hoy, solo es una anécdota pero que otrora fueron dos días de un terrible mal sueño fue el siguiente:
Siempre había oído  decir: Después  de Dios, van los ingenieros de  caminos y puertos. Pero en aquellos tiempos descubrí que el tal dicho, no era así. Había  un  director de banco  que se creía,  que después de Dios iba él.
Trabajábamos con el Banco Central de Mollet, pueblo vecino al nuestro. El Director de este. Tenía un negocio de accesorios de motocicletas, a nombre de su esposa. Era un buen cliente nuestro. Por lo que se le hacía un precio especial; ya, que nos aceptaba letras,  cuando sobrepasábamos el riesgo. Un día, nos pidió la exclusiva de las horquillas para todo el país,  si queríamos mantenerlo como cliente. Mi esposo se negó. Su teoría era,  mejor tener pequeños clientes que uno  grande haciéndonos bailar a su son.  A los pocos días nos devolvió  una serie de letras que tenía pagadas y archivadas,  más las que había en circulación, además, de todo el material servido. Durante un tiempo. La cuenta se quedó  en  números rojos, fue   espeluznante. Nos daba cuarenta y ocho horas  para cubrir el descubierto. De lo contrario nos embargaría.
Hoy sé, que tan rápido no lo hubiera  podido hacer, pero en aquel momento  por el cargo que ocupaba nos lo creímos. Fueron dos días desesperados  y sí una persona podía salvar nuestra situación esta era el Sr Clua, y a él recurrimos. Era un buen cliente y nos apreciaba. Se veía reflejado  en nosotros, cuando él empezó.  Siempre nos decía: “Las  pasé mas putas que vosotros,  antes  que  no gané el primer duro.” Joaquín, fue a verlo. Resultó que a la vez, se cruzaron en el camino. Él venía a casa por un trabajo. Cosas de la Providencia.   Le expliqué  nuestra situación. El sr Clua tenía un genio de mil demonios. Me cogió de la mano y me dijo:” Tu y yo, ahora mismo vamos a ver  a ese “mal parit”.   Va a saber quién soy.  Le dijo palabras muy fuertes por el hecho tan vergonzoso que había cometido con nosotros e incluso lo amenazó  con retirar el dinero que tenía en aquella entidad bancaria sí no solucionaba al momento nuestra situación.  El Sr. Clua, tenía mucho dinero y un peso fuerte en aquella entidad.  Por lo que consiguió un aplazamiento largo  para cubrir el descubierto.  Joaquín volvió desesperado a casa por no haberlo encontrado y yo  muy contenta le expliqué, que el problema estaba resuelto.
A partir de ese momento abrimos  una cuenta en el Banco de Sabadell. En aquel tiempo estaba en la calle San Quirze, en un  edificio que parecía más bien una casa particular que una entidad bancaria. Recuerdo, que  detrás del mostrador había unas estanterías  llenas, con los  típicos archivadores de cartón. El Sr. Monrás era el director. Había un  joven de nuestra edad, de aspecto bajito, pero grande en dinamismo, era su secretario. Se llamaba  Juan Oliu.
Era siempre a la persona que  yo recurría  para conseguir  más descuento de letras cuando sobrepasaba  el riesgo que teníamos. Me daba la impresión que muchas veces lo conseguía por lástima. Nos hicimos muy amigos, a los pocos años, ascendió a Director. Antes de tomar  una decisión importante siempre se lo consultábamos. Siguió toda nuestra trayectoria hasta el final.

A pesar de que trabajábamos bastante, el sector de la moto empeoraba cada día y en pocos años,  tal y  como nacieron murieron. Con la particularidad de que sus suspensiones  de pagos  nos afectaban. Cuanto más material les habíamos suministrado, peor. Causándonos así, un trastorno  económico que costaba  superar. No obstante, y a pesar de que los contratiempos  eran  uno detrás de otro. Tuvimos suerte. Cuando él estaba desmoralizado yo aguantaba bien. Cuando era yo, él, hacia lo mismo. Sí uno todo lo veía negro, el otro siempre  veía un poco de luz. Luz de esperanza para seguir adelante. Las dificultades, cada día nos unían  más y más.

El catorce de enero del año mil novecientos cincuenta y seis, nació nuestro hijo Jorge sin ninguna complicación. No obstante, nos dió  trabajo, a causa de venir  tan rápido, no  pude ni llegar  a la clínica  y  claro, no estábamos preparados para esto.



Durante este mismo año, nos quedaban pocos clientes del sector de las motos.  Teníamos que cambiar de rumbo, o de lo contrarío, nos pasaría  igual que a ellos. El cerebro de Joaquín siempre estaba en plena ebullición.  Contrató a un delineante, le hizo proyectar un Dumper. Mientras, en su mente tenía otro proyecto: Construir una motovagoneta  para el  transporte interior, pero que diera la vuelta sobre ella misma. Se empezó el prototipo de Dumper  y el proyecto de la motovagoneta.


Se hizo el Dumper de una capacidad para mil kilos. Un año más tarde, lo presentamos en la Feria de Muestras. No vendimos ninguno,  pero sacamos muy buena impresión  de aquella Feria. Por lo que, nos animamos  a fabricarlo. Durante cuatro años  vendimos muchos.


Nuestras ilusiones sobre él, se disolvieron como la espuma, cuando salió la disposición de que todo vehículo,  tenía que ser matriculado, para salir a la carretera.
Luchamos para conseguir la autorización y siempre Obras Públicas la denegó.
La casa Ausa  tenía licencia para fabricar un pequeño coche, que no dio el resultado esperado, y dejaron de hacerlo para fabricar Dumpers. Tuvieron mucho éxito y aún siguen  fabricando. Nosotros entonces desistimos, y nos dedicamos de lleno a la motocicleta.
Aquel mismo año la presentamos en la Feria. Pero no se podían  poner en marcha. En aquellos tiempos la mitad de las maquinas  expuestas en la Feria eran prototipos,  no funcionaban.



El veinticuatro de marzo del mil novecientos cincuenta y ocho nació nuestra hija Ana. No hace falta decir, que después de dos chicos, causó una gran alegría en toda la familia.

La familia,  iba creciendo y el taller también. Por un lado, ampliábamos el taller con cobertizos  y a la vez, acabábamos nuestra pequeña casa, que la empezamos al casarnos, y  que por fin nos trasladábamos con todos nuestros hijos. La casa era tan pequeña que nuestro hijo mayor dormía en casa  de los abuelos. Durante años, aquel edificio con tantos tejados, tuvo un  aspecto  horroroso


En el mil novecientos cincuenta y nueve, la motovagoneta estaba en condiciones de ser fabricada. Se patentó  en España y Portugal, y de nuevo se llevó a la Feria. Hubo mucha gente interesada, de la cual yo, iba tomando nota. Además, preguntaba a que se dedicaban.  Al terminar la Feria y hacer un resumen, nos dimos cuenta  de que la mayoría eran ceramistas, fabricantes de ladrillos.  Joaquín me dijo: Esta gente,  tienen un problema y debo saber  cuál es. Al día siguiente, se fue a visitar una cerámica de San Cugat.
Evidentemente tenían un problema con el transporte. Con carretones  de mano, transportaban el material al patio para secarlos.  Una vez secos,  transportarlos al horno,  y de nuevo al patio. Nuestra máquina, era idónea para hacer ese trabajo; tenía capacidad para mil kilos, y necesitaba  poco espacio para maniobrar con ella. Teníamos que  adaptarnos  a sus medidas,  y cambiar la plataforma que llevaba,  por  una horquilla hidráulica  para coger los “ palets “
Los “palets “ no existían. Fue un problema, hasta que Joaquín hizo un croquis  y se lo llevó  a un carpintero.  Hizo construir unos cuantos para así, poder trabajar con nuestra máquina. Estos “ palets que hoy se tiran sin darle importancia, mi esposo, fue el creador y representó  mucho para nosotros .
Una vez más, con una máquina de escribir y un anuario al día, busqué  direcciones de todas las  fábricas de cerámica del país, las escribí una por una. Joaquín, una vez más, con una D.K.W. comprada de ocasión. Recorrió el país  de punta a punta, haciendo demostraciones con la motovagoneta.  Pasaba más tiempo fuera de casa, que en ella. Nuevamente  me quedaba de responsable del taller.
Todos la encontraban interesante y tenían ganas de comprarla, pero ninguno se atrevía; antes, he dicho que era el año mil novecientos cincuenta y nueve y la crisis que comportaba la estabilización, frenaba  las inversiones. Fue un año duro para  todas las industrias. Pero mucho más, para los que habíamos empezado de cero en la posguerra,  que éramos la mayoría.
El turismo, ayudó a cambiar la situación del país. Con la expansión de la construcción, los ceramistas trabajaron mucho, y detrás de ellos nosotros.

Nuestra situación poco a poco cambiaba y la plantilla de trabajadores aumentaba  constantemente; éramos más de veinte, sacábamos buen rendimiento,  pero todo el beneficio lo invertíamos en el taller. Quitamos  todos lo cobertizos.  Construimos otra nave.  Yo,  tuve un nuevo despacho, además de  una chica joven que me ayudaba  a hacer  las facturas. Se compraron nuevas máquinas e utillajes y a pesar de ganar dinero, continuábamos yendo justos.


En el año, mil novecientos sesenta. Por primera vez  expusimos en la Feria, pero en el Paseo María Cristina.  Tengo un grato recuerdo. Joaquín, siempre en busca  de clientes,  iba a los stands de nuestros amigos que fabricaban  máquinas para cerámicas.  Así que yo, me quedaba muchos ratos sola en el stand.  En uno de aquellos  momentos, vino un  señor de el Ferrol del Caudillo ( Hoy, simplemente Ferrol) interesado por un tipo de máquina que llevaba volquete.  Al  verme  sola, quería marcharse y volver más tarde.  Viendo su interés no podía dejarlo marchar.  Así que, seguidamente le di  información y explicaciones sobre el funcionamiento e utilidad de la máquina.  Le causó  muy buena impresión.

Me explicó él  porque quería aquel tipo de máquina. Tenía “ El terral” cerca  de la fábrica y unos diez burros viejos con alforjas  le transportaban la tierra a las balsas haciendo cadena. Me hizo mucha gracia,  y riendo le dije, que la máquina era idónea para hacer este trabajo y que  a los burros ya era hora  de que los jubilara.



Entre burros y no burros, pasó una hora. Joaquín no regresaba, y a mí, se me acababan los recursos.  Por  suerte,  él, sacó el tema del Caudillo, contándome que era de su pueblo  y de lo mucho que había hecho por  este.
Cuando vi  a Joaquín  llegar, mi corazón se ensanchó. Mi trabajo, había terminado.

Nos compró la máquina al día siguiente.  La pagó en efectivo. Lo que nos vino  de maravilla  para  poder pagar el stand que todavía debíamos, y ante esta situación teníamos que pagar las entradas para poder acceder.
El Sr. Arzua, este, era su nombre. Fue uno de los mejores clientes y amigos.  Para mi, fue siempre mi cliente.

Parte 3

El destino nos reservaba una mala pasada. La noche del veinticinco al veintiséis  de septiembre del mil novecientos sesenta y dos, la inundación  del
Vallés  nos cogió de lleno. La Providencia, nos dio unos segundos de tiempo  para salvar nuestras vidas.



     

A media noche unas gotas de agua que salpicaban  nuestra cara  nos despertaron.  No había luz  en el interior de casa, pero  teníamos en la habitación una linterna del  coche. Cuando la encendimos, un chorro de agua y lodo entraba por el agujero de la cinta de la persiana. Joaquín  gritando me dijo; ¡María, es la riera! Coge rápido a la pequeña y sube a la buhardilla. El,  se fue a buscar a nuestro hijo y a la chica que teníamos de servicio. No estábamos aún en el último peldaño de la escalera cuando  reventó la puerta.  El agua embravecida se llevó todo lo que había en la bodega; herramientas para trabajar el campo, botellas de butano y demás objetos. Desde el tejado, con la luz de los relámpagos que eran  continuos, la noche se hacía día y te dabas cuenta de la magnitud del drama. Aterrador.  Solo un milagro podía salvarnos. Bajaban unos árboles tremendos  por el río que taponaron el puente desbordándose a un kilómetro de casa y con una amplitud desde la carretera de la Florida hasta la carretera de Caldas quedando nosotros como si fuéramos una hoja de árbol dentro de una mar furiosa y embravecida. Los árboles río abajo iban quedando  atrapados  en  el campo de melocotoneros del abuelo, donde el agua batía, haciendo un ruido espantoso que no he olvidado jamás.
La casa de los abuelos y el taller aguantó la embestida. El agua,  iba entrando poco a poco por debajo la puerta y los muebles iban  flotando. La abuela se aguantaba encima de la cama,  elevándose ella, a medida que lo hacía el agua. Mi cuñada con nuestro hijo en los brazos, se aguantaba como podía,( sujetándose a algún mueble). Ellos, no se dieron cuenta de lo que pasaba fuera de la casa. Nosotros desde el tejado no sabíamos muy bien su situación, así que  Joaquín con  un fuerte golpe rompió una ventana pequeña que servía de respiradero de la casa y que daba al tejado. Desde allí, les gritábamos que no abrieran las puertas,  que nosotros los sacaríamos. Entre mi cuñada y Joaquín  sacaron a nuestro hijo  a través de la ventana, pero a ellos era imposible sacarlos por aquel agujero.
A todo esto, se derrumbó una nave que se estaba construyendo, por lo que se  formó un muro entre nuestra casa y la riada.  El agua nos salpicaba en nuestra cara.  En aquellos momentos, sentí la muerte en mi piel y pedía a Dios que fuera rápida y sin sufrimiento. Un grito de Joaquín para que le ayudase a arrancar tejas me hizo reaccionar. No sé el rato que estuvimos arrancándolas; perdí la noción del tiempo, solo recuerdo,  que no podía hablar; la lengua la tenía paralizada. Cuando me recuperé se lo dije a mi marido y  a él le había pasado lo mismo. Hicimos un agujero para pasar una escalera de madera de tablón que pesaba una barbaridad. Jamás hubiese pensado que el ser humano ante el  peligro se transformara todo él, en fuerza para sobrevivir.


     


Terminamos agotados, pero por fin la escalera pasó por el agujero  quedando todos juntos. Ellos, llenos  de barro y lodo. Parecían un bizcocho recién salido de una taza de chocolate.
 La furia del agua iba menguando y el peligro desapareció.  Joaquín  nos hizo quitar la ropa a todos y entre sacos y paja que había en la buhardilla nos quedamos acurrucados esperando que se hiciera de día.
Todavía era de noche cuando oímos una voz que gritaba. Mi esposo salió al tejado; era un chico de unos 18 años que expuso su vida al cruzar el puente, ya que todos los postes de la luz estaban por el suelo. Su primera pregunta fue si estábamos todos vivos; si contestó Joaquín, pero todos desnudos. Se marchó en busca de ayuda y volvió con gente y ropa. Se llevaron a toda la familia quedando a allí mi esposo y yo. A la seis como de costumbre vinieron los trabajadores, algunos de ellos no sabían nada de lo que había pasado; al ver el drama del taller quedaron sorprendidos. Nadie se atrevía a decir nada, hasta que uno de ellos con voz apagada preguntó; ¿ahora que tenemos que hacer Quim?  Joaquín con una gran serenidad contestó; iros a vuestras casas, venid con Katiuskas traer palas y otros útiles para podernos poner a limpiar enseguida.
Mientras, él, fue a buscar una bomba de presión. Seguidamente entre paladas de barro y lodo y la manguera a toda presión, limpiaron el taller y las casas. Miles de piezas del almacén quedaron enterradas en el barro. A paladas se echaban en bidones  llenos de agua y a continuación  para secarse se ponían en unas telas metálicas sobre brasas de fuego, que anteriormente se habían  preparado. Se recuperaron muchas.
Dos Dumpers que estaban en el patio, y que su peso era de dos  mil kilos cada uno se quedaron atrapados bajo un montón de árboles en la riera, a un kilómetro de casa, así como vigas de hierro que pesaban una barbaridad; esto, nos hizo  pensar, que si los abuelos hubiesen abierto la puerta no los hubiéramos  tenido la suerte de  encontrarlos  como al material.
Lo que más trabajo nos dio, fueron los árboles enganchados en los melocotoneros. La mayoría, como el tronco era muy grueso, se tuvieron que serrar y quitarlos a trozos.
En cuanto  a la ropa, nada se pudo salvar. Solamente el crucifijo de mi habitación que me regalaron cuando me casé. No se mojó. Único recuerdo que me queda de aquel tiempo y que será siempre mi compañero, irá conmigo donde yo vaya.
La gente del pueblo colaboró, clientes y proveedores también. Los proveedores bloquearon los pagos vigentes y continuaron sirviendo material. Su colaboración fue muy importante, nos ayudó a  arrancar de nuevo. El Ayuntamiento donó algún mueble y 18.000 pesetas a cada afectado: nosotros no quisimos nada: El Gobierno nos concedió un crédito a bajo interés, amortizable en 8 años 1.500.000.pesetas.
El abuelo se quedó desmoralizado. No salvó ningún melocotonero y no se vio capaz de empezar de nuevo. Diciendo a su hijo: haz lo que quieras con el terreno, pero tienes que dar una casa a cada hermano. Así lo dejó escrito y así se cumplió, (con dinero).
A los quince días, el taller estaba funcionando y trabajando a todo ritmo, Al construir la nave se multiplicó por tres. No hace falta decir que algunos del pueblo decían que estábamos locos, no obstante, yo también estaba preocupada, la experiencia por la que pasamos, fue, un mal sueño grabado en mi cerebro. Mi esposo no dejaba de decirme que no me preocupara, que  él era consciente de lo que hacía, y que si un día se desbordaba nuevamente la riera, el pueblo se inundaría primero, antes  de que  se rompieran nuestras paredes. Evidentemente, no fue una pared, si no un dique capaz de aguantar como una presa. Se utilizaron en su construcción centenares de toneladas de hierro y cemento. Sobre las naves, se hicieron dos plantas de trescientos metros cuadrados cada una. Más tarde, la mitad de una de ellas sirvió para oficina  técnica y la otra mitad para sala cursillos de pos venta  y vendedores propios. En la otra planta construimos nuestro piso. Sus padres se quedaron a vivir con nosotros.  De las dos casas  se construyó  un nuevo despacho y oficinas  de pos venta.
Después de aquel panorama tan desolador, viviendo unos días entre lodo, barro y porquería que nos dejó la riada la inolvidable noche del veintiséis de septiembre. Cuando el veinticinco de diciembre, o sea tres meses después, la naturaleza hizo otra de las suyas. Nos obsequió  con una nevada impresionante que jamás nadie había visto, dejando un paisaje maravilloso … una auténtica preciosidad de blancura,  todo lo que alcanzaba nuestra vista,…un sueño.  Más al despertar… volvió el barro, agua y un frío que pelaba.

   
                                                                                                                                 

El mismo año sesenta y tres, nuestros dos hijos empezaron el curso en un nuevo
colegio. Escuelas Pias de Sabadell, durante la semana estaban internos, el sábado y el  domingo lo pasaban en casa.






Ese mismo año hicieron la comunión.  Fue una fiesta sencilla con la familia más intima. Pero  muy emotiva.